El viejo y sucio osito | audio cuento infantil
El viejo y sucio osito
Pero era muy listo y muy bueno y le gustaba hacer bromas, así que los demás juguetes le querían y no les importaba que estuviera tan viejo y tan sucio.
– Da igual que nosotros le queramos. Me temo que cualquier día lo tirarán al cubo de la basura —dijo el conejito azul— no hay nada que hacer, está realmente tan viejo y tan sucio…
La niña en cuyo cuarto de jugar vivía el viejo osito de peluche nunca jugaba con él. Tenía otro osito nuevo precioso de color azul con un lazo rosa en el cuello y los ojos muy bonitos y que además gruñía al apretarlo. A ella le gustaba mucho. Siempre que lo tenía cerca apartaba a un lado al osito viejo.
Un día, su madre cogió al viejo osito y se lo quedó mirando. Al cogerlo cayó un poquito de serrín del agujero que tenía en la espalda.
– ¡Dios mío! —dijo la mamá— ¡Este osito viejo está para tirar! ¡No vale la pena ni siquiera para regalarlo!
– Bueno, pues tíralo —contestó la niña— Yo ya no lo quiero. Tiene un aspecto horrible con un solo brazo y una pata medio suelta, mamá. Yo ya no juego nunca con él.
Todos los demás juguetes oyeron estas palabras consternados.
– ¿Qué? ¿Tirar al pobre osito de peluche viejo?… ¡Oh…no, no, qué pena!
– Muy bien, entonces lo echaré a la papelera ahora mismo —dijo la madre.
Dejó el osito a su lado encima de la mesa y continuó haciendo punto.
Al poco rato sonó la campana que anunciaba la hora de comer y la mamá se olvidó del osito.
En cuanto ella salió de la habitación todos los juguetes avisaron
al osito.
– ¡Date prisa, Teddy, baja de la mesa y escóndete detrás del armario de los juguetes!
El osito saltó desde la mesa y fue cojeando hasta el armario de los
juguetes. Estaba realmente muy asustado. Ojalá la madre de Joan no se acordara de que lo había dejado encima de la mesa.
Y no se acordó. Porque cuando volvió a aquella habitación la acompañaba un niño desconocido en lugar de su hija. Se llamaba Pedro. Iba cogido de su mano y ella le estaba diciendo:
– Ya verás cómo estarás a gusto con nosotras, querido. Podrás jugar con los juguetes de Joan y columpiarte en el caballo de balancín.
Pedro era primo de la niña y había ido a pasar tres semanas en su
casa. Era un niño muy simpático y muy bueno pero también muy tímido y vergonzoso. Los juguetes estuvieron observándole toda la tarde.
Le daba miedo el caballo de balancín porque era demasiado grande para él. En cambio, le gustaba la casa de muñecas porque todo era muy pequeñito. Le encantó la peonza musical que tocaba una melodía mientras giraba y también le gustó mucho jugar con el tren, haciéndolo correr por sus vías.
Cuando llegó la hora de irse a la cama, mientras tomaba un poco de pan y leche sentado en la habitación de los juguetes, se echó a llorar de repente.
– Me he olvidado de traer mi viejo monito de trapo —lloriqueó— siempre duermo con él. Estaré muy solo sin mi monito.
– Bueno, no te preocupes, puedes llevarte a la cama uno de los juguetes de mi hija —le dijo la mamá de la niña, acompañándole hasta el armario de los juguetes.
– Elige el que más te guste, Pedro.
Pedro cogió el perrito marrón. Después el conejo y luego el muñeco marinero, y el gatito azul. Y entonces, de repente, vio el viejo y sucio osito de peluche que le miraba con un ojo de cada color: uno negro y el otro marrón. Dio un grito de alegría y lo cogió.
– ¡Ah…! ¿Puedo llevarme este osito tan suave? Me mira de una manera tan simpática… y me gustan esos ojillos tan curiosos…¡Sí…por favor, por favor…! ¿Puedo llevármelo conmigo a la cama?
– ¡Caramba…pero si es el osito que iba a tirar a la basura! —dijo la mamá— ¿Cómo vas a querer un juguete tan viejo y tan sucio? no puede ser.
– ¡Sí! ¡Lo quiero! ¡Lo quiero! —gritó Pedro. Y abrazó al osito con todas sus fuerzas.
– Lloraré si no me lo dejas…
– Claro que te lo dejo. Pero si tanto te gusta, mañana lo adecentaré un poco —le dijo la mamá.
Así que Pedro se llevó al viejo osito a la cama con él. ¡Ya os podéis
imaginar lo contento que estaba el osito!
Se acurrucó abrazado a Pedro y lleno de cariño hacia él.
¡Hacía tanto…tanto tiempo que nadie se lo llevaba a la cama con él!
Estaba tan contento que hasta recuperó su dulce gruñido cuando Pedro le apretó la barriguita.
Y al día siguiente…¡qué maravilla! La madre lo cogió y le
hizo un brazo nuevo, cosió muy bien la pata que tenía medio suelta, arregló el agujero que tenía en la espalda y le hizo una camisa azul con mangas pequeñitas preciosa.
No os podéis imaginar cómo cambió de aspecto.
Todos los demás juguetes le miraban llenos de admiración y alegría.
– ¡Ahora seguro que ya no irás a parar al cubo de la basura, Teddy! —le decían.
– ¡Tienes un aspecto magnífico! ¡Estás guapísimo!
Y tenían razón… ¿no os parece?
– Colorín colorado…
– …este cuento se ha acabado.