El cerdito inteligente | audio cuento infantil
El cerdito inteligente
Miró al cerdito rosado y pensó en lo bonito y gordito que estaba.
El cerdito rosado se asustó. Siempre le habían dicho que los cerdos y los lobos no hacían buenas migas y se preguntó qué hacer.
Decidió continuar su camino sin decir nada de nada. Pero eso no sirvió porque el lobo se puso a caminar junto a él sin dejar de hablar.
– Por favor, márchese señor lobo —dijo el cerdito rosado— usted no me gusta.
– Pero tú sí que me gustas a mí —respondió el señor lobo— me gustas mucho. Te acompañaré a casa, pequeño cerdito rosado.
El cerdito rosado se alarmó y se le deshizo el rizo de la cola. No quería llevar al lobo a casa con él porque en ella tenía a sus cuatro queridos hijitos.
El pequeño cerdito rosado estaba preocupadísimo.
Apresuró el paso con el señor lobo muy cerca de él, a su lado, mientras se preguntaba una y otra vez qué hacer.
Y al fin se le ocurrió una muy buena idea. Comenzó a sonreír y la cola volvió a rizársele.
– Por aquí —le dijo al lobo cuando llegaron a una esquina.
– Por aquí.
– Me complacerá llevarlo a mi casa, señor lobo .Tal vez querrá cenar conmigo.
– Desde luego que lo haré —respondió el señor lobo.
Subieron una colina y atravesaron un campo. Luego subieron una colina más hasta que llegaron a una gran puerta amarilla que estaba en la ladera de la colina y que tenía una enorme aldaba.
El señor lobo se quedó muy sorprendido al ver lo grande que era la puerta que tenía el cerdito rosado.
– ¿Quieres que llame? —preguntó el señor lobo.
– Oh no, No es necesario —respondió al cerdito rosado— entre sin más, ¿quiere? Y no se preocupe por limpiarse los pies en el felpudo ni tonterías de esas, señor lobo. Entre sin más y siéntese en el sillón más cómodo que encuentre.
El cerdito rosado le abrió la puerta al señor lobo y el señor lobo entró, haciendo repiquetear las patas sobre el piso. No se molestó para nada en limpiarse los pies, simplemente entró y miró alrededor por si veía cerditos pequeñitos, tras lo cual, se sentó en un cómodo sillón.
¡Pum!
Se cerró la puerta de la entrada, pero ningún cerdito rosado entró para reunirse con el señor lobo. ¡No…no!
El cerdito había salido a toda velocidad colina abajo y ya estaba a medio camino de su casa.
Veréis, la casa a la que había llevado al señor lobo no era la suya, sino la casa del señor león.
¿Y se sintió contento el señor león al ver al señor lobo entrar por la puerta de su casa sin llamar siquiera y sentarse en
su cómodo sillón dejando perdida la bonita alfombra de la chimenea con sus pies sucios?
¡Nada de eso!
De hecho, estaba tremendamente furioso y el señor lobo sintió un miedo enorme.
Si hubiérais estado allí habríais visto cómo se abría la puerta de entrada y un lobo asustado salía rodando ladera abajo a causa de la patada que le dio un enorme león.
Y habríais visto que le habían cortado de un mordisco un trozo de la punta de la cola.
– ¡Ahá!…Señor lobo, el pequeño cerdito rosado te ha engañado esta vez.
– Colorín colorado…
– …este cuento se ha acabado.