El caballo de madera | audio cuento infantil
El caballo de madera
Tenía la crin y la cola negras, de pelo suave y sus ojos eran brillantes y complacientes pues era un caballito bueno y servicial, siempre dispuesto a jugar o a trabajar y a hacer todo lo que Denis quisiera que hiciese.
El caballo iba atado a un carrito de madera y como no pesaba mucho lo arrastraba alegremente.
Al principio, a Denis le gustaba el caballito y jugaba con él, pero al cabo de un tiempo lo olvido y dejó de hacerle caso. Aún peor, abandonó el caballito y el carro en el jardín en lugar de guardarlos en el armario de los juguetes como debía.
Pero siempre hacía lo mismo. Dejaba los juguetes en el jardín, donde el sol los abrasaba y la lluvia los estropeaba. Era un niño muy descuidado con sus juguetes. Dejó el caballo y el carro al fondo del jardín, junto al seto que crecía entre el jardín y el prado del otro lado.
Al principio al caballo no le importó, era divertido estar allí. Mírar a los pájaros saltando de un lado a otro, ver al gato tumbado calentándose al sol… Pero pronto sintió frío. El sol se escondió tras una gran nube y la lluvia empezó a caer. El caballo pensó que se iba a ahogar de tanto como llovía. Se estaba formando un gran charco a sus pies y el agua empezaba a cubrir las ruedas alrededor de sus cascos. ¡Era horrible! Tenía la cola empapada y por la crin le resbalaban gotas de agua que le caían al hocico.
Toda la pintura del lomo se le borró y cuando dejó de llover, ¡Qué mal aspecto tenía el caballo! Estaba muy triste, muy mojado y muerto de frío.
Se quedó allí todo el día. Cuando se hizo de noche, seguía en el mismo lugar, plantado delante de su carrito.
Denis se había olvidado de él por completo, estaba claro.
Apareció la luna e iluminó el jardín.
El viento era frío y el caballito tiritó. Después estornudó.
– ¡Vaya estornudo tan escandaloso!
– ¡Achís!
Miró a su alrededor para ver si alguien lo había oído y vio a un duende detenerse cerca de allí sorprendido.
El duendecillo llevaba una pala al hombro y un mandil de piel oscura.
– ¿Te has resfriado? —le preguntó el duende en tono amable— ¿Quieres que te ponga un costal por encima para calentarte?
– Pues…me parece que es demasiado tarde —dijo el caballo de madera— he pasado todo el día fuera bajo la lluvia y me he resfriado. Denis me ha dejado aquí.
– ¡Es un niño horrible! —dijo el duende enfadado— Siempre deja los juguetes a la intemperie. Una vez tuve que rescatar a un ratón de azúcar que ya había empezado a derretirse. No merece tener juguetes.
– ¿En qué estás trabajando? —preguntó el caballo de madera al ver la pala que llevaba el duende— Supongo que no podría ayudarte, ¿no? Trabajar un poco me haría sentirme mejor…y me ayudaría a entrar en calor.
– ¡Buena idea! —exclamó el duende contento— Serías de gran ayuda. Me estoy construyendo una bonita casa bajo el seto pero como tengo que llevar los escombros a cuestas tardo mucho en sacarlos. Si los pusiera en tu carro podrías llevártelos y descargarlos en alguna parte, ¿verdad?
– ¡Oh, sí! —dijo el caballo ilusionado— me gustaría mucho. Pero me muevo mediante ruedas aves no puedo andar por mí mismo.
– Eso se arregla fácilmente —dijo el duende.
Arrancó las ruedas de la pequeña base de madera en la que estaba plantado el caballo y después golpeó la base para separarla de los cascos.
– Ahora, te frotaré las patas con un poco de magia y podrás andar como un caballo de verdad
Frotó las patas del caballo y el pequeño animal descubrió encantado que podía trotar de un lado a otro usando las patas como los caballos de verdad. ¡Era genial!
Siguió al duende al lugar donde se estaba construyendo la casa.
Qué duro trabajó aquella noche… No sé ni cuántos carros de escombros arrastró y descargó en el prado al otro lado del seto.
El duende estaba entusiasmado. Había hecho cuatro veces más trabajo del que hacía normalmente en una noche.
Dio unas cariñosas palmadas al caballo de madera y le ofreció un saco de grano para comer. El caballo tenía mucha hambre después del duro trabajo.
-Te llevaré al campo conmigo —dijo el duende— allí podrás tumbarte y descansar a gusto. Te desataré el carro. Quédate cerca de mi escondrijo, y si alguien te ve, baja corriendo conmigo y estarás a salvo.
Así que el caballo de madera se tendió junto al escondrijo donde vivía el duende. Y mientras éste construía la casa, él durmió muy bien.
A la noche siguiente y a la siguiente de la siguiente, volvió a ayudar al duende.
Pronto se hicieron buenos amigos.
Cuando la casa estuvo terminada, el duende empezó a construir otro pequeño refugio al lado y el caballo le preguntó qué estaba haciendo.
– Es un establo para ti —dijo el duende con la carilla radiante de contento— Estoy seguro de que Denis no se acuerda de ti, así que bien podrías vivir conmigo y ser mi caballo. Si quieres.
– Me encantaría —dijo el caballo entusiasmado— Me encantaría, de verdad. Trabajaré para ti cada día y si alguna vez quieres que te lleve a alguna parte sólo tienes que decirlo. Te llevaré a donde quieras montado a mis lomos.
Un día, cuando todo estuvo a punto, el duende se marchó solo y volvió a casa muy orgulloso cargado con cuatro botes de pintura. Uno de pintura marrón, otro de blanca, otro de roja y el último de pintura azul.
– Te voy a dar otra capa de pintura —le dijo al caballo de madera, que estaba contento a más no poder.
– Tienes muy mal aspecto, igual que tu carro. Espera a que haya terminado. Estarás tan elegante como el caballo de un rey.
Puso manos a la obra. Pintó el caballo de marrón y le añadió manchas blancas aquí y allá. Pintó el carro de azul y las ruedas de rojo. Tendríais que haberlos visto cuando acabó, tenían un aspecto maravilloso.
El duende fue a lavarse las manos. Pero antes le dijo al caballo que se quedara al sol hasta que la pintura se secara. Y mientras estaba allí, más bonito y más elegante que nunca…¿quién diríais que apareció?
Denis en persona.
Cuando vio el caballo y el carro, se quedó mirándolos sorprendido. ¿Era posible que aquellos fuesen su caballito y su carro? ¿Qué había pasado?
¡Qué elegantes!…pero mira qué ruedas rojas tan preciosas…! ¡Caray…se llevaría el juguete al cuarto de los niños y jugaría con él!
El caballito se horrorizó al ver a Denis. Y cuando el niño se acercó para llevárselos, relinchó con voz aguda.
– ¡Socorro! ¡Socorro!
En un abrir y cerrar de ojos el duende salió a toda prisa de debajo del seto y corrió hacia él. Salto al carro, cogió las riendas y dijo:
-¡Arre!
Antes de que Denis pudiera hacer nada, el caballo se alejó a todo galope, y el carro con el duende iba saltando y traqueteando por encima de la hierba.
– ¡Eh…eh! —grito Denis— ¡Ese caballo y ese carro son míos! ¡Vuelve!
Pero no regresaron. Denis nunca volvió a verlos. Pero pensó mucho en ellos.
– No debí dejar el caballo y el carro a la intemperie bajo la lluvia —se dijo al fin— Por eso se los ha quedado el duende. Bueno, me lo merezco. Cuidaré mejor mis juguetes. No voy a permitir que ese duende se los quede todos.
Y a partir de entonces cuidó mejor sus juguetes. Pero…aún así no recuperó ni el caballo ni el carro, no.
El caballo de madera sigue con el duende y se han hecho muy famosos en el país de las hadas. Y si pasáis por allí, los veréis cualquier día paseando por las calles.
– Colorín colorado…
– …este cuento se ha acabado.