Un perro que paseaba por el campo encontró un hermoso hueso. Y para no tener que repartirlo con nadie, decidió ir a comérselo al otro lado del río, donde estaría totalmente solo. Al llegar a un estrecho puentecillo, se asomó para ver la corriente; y en ese momento, creyó ver en las aguas cristalinas a otro perro que también llevaba en la boca un hueso como el suyo.
Pero lo que realmente estaba viendo era su propio reflejo sobre el agua, aunque él no se diese cuenta.
-¡Repámpanos! -pensó el ambicioso animal-. ¡Otro perro! ¡Y también lleva un hueso como el mío! ¡Aprovecharé esta oportunidad! ¡Se lo quitaré y así tendré doble ración!
Y sin más, se lanzó al agua y abrió la boca para morder al otro perro.
Lo que sucedió es fácil de imaginar:
Además de sufrir un desagradable remojón perdió su querido hueso, que fue arrastrado río abajo por la corriente.
Y es que a veces, por ser egoísta y demasiado ambicioso, se pierde lo que se tiene.

– Colorín colorado…
– …este cuento se ha acabado.