Chiquitín el elefante | Audio cuento infantil
Chiquitín el elefante
A los dos días de nacer, el minúsculo elefante se perdió entre las hierbas altas.
Sus padres lo buscaron desesperadamente, pero no pudieron encontrarlo.
La manada de elefantes siguió su camino y los padres del elefante Chiquitín, con el corazón destrozado, tuvieron que abandonar la búsqueda.
Chiquitín se había quedado acurrucado debajo de una hoja muy grande y dormía.
Cuando el sol llegó a lo más alto, se despertó.
Chiquitín miró a su alrededor y notó que le faltaba algo. No podía decir qué era exactamente…, pero de repente se sintió solo en el mundo.
Chiquitín se levantó y se puso a buscar lo que le faltaba.
Entonces, se encontró con una abeja. Y le vio cierto parecido con él, porque también tenía trompa.
Lleno de alegría, Chiquitín corrió hacia ella. Pero la abeja tuvo miedo y escapó volando.
Chiquitín se quedó mirándola, decepcionado.
Siguió adelante y llegó a un bosque. En él, vio un caracol.
Chiquitín enrolló su trompa para que se pareciese a la concha del caracol, pero el caracol se refugió enseguida dentro de su concha.
El pequeño elefante le dio un empujoncito .
—¡Hola! —insistió.
Pero el caracol no salía de la concha.
Entonces, Chiquitín comprendió que debía seguir buscando.
En una pradera, se encontró con cuatro grillos y una rana. Los cinco formaban un conjunto musical.
—¡Anda! ¿Qué clase de bicho eres tú? —preguntó un grillo a Chiquitín—. ¿Puedes hacer música con esa nariz tan larga?
—No lo sé —contestó el elefantito.
—Sopla un poco —dijo la rana—. Eso se parece mucho a una trompeta.
Chiquitín sopló con su trompa y se oyó un sonido agudo, magnífico, de trompeta.
Los grillos y la rana quedaron entusiasmados: un trompetista era precisamente lo que faltaba en su conjunto.
Las semanas siguientes, Chiquitín recorrió la pradera con los músicos. Tocaban en las bodas de las mariposas y daban muchas serenatas.
Chiquitín soplaba alegremente con su trompa y estaba muy contento de andar con los músicos. Creía haber encontrado lo que había perdido.
Pero, a la tercera semana, tuvo que separarse de los grillos y de la rana. Su trompeta sonaba cada vez más
alto. Sonaba tan fuerte que ya no dejaba oír el canto de los grillos y el croar de la rana. Porque Chiquitín había crecido un poquito, ¡y también aumentó la potencia de su trompeta!
Comprendió que no podía seguir tocando con ellos y se despidió de los músicos.
Chiquitín se entristeció, porque volvía a estar solo.
Avanzó un trecho por la pradera y encontró un nido con huevos de avestruz. Desde lejos, los huevos parecían elefantitos.
Pero, desgraciadamente, no tenían trompa y tampoco hablaban. Chiquitín se acomodó en el nido y se acurrucó ¡unto a los huevos.
Poco después, siguió su camino.
Llegó a un río y se sentó ¡unto a la orilla.
Tenía la vista fija en el agua y estaba muy melancólico.
Dos ratones vigilaban al elefantito.
—¿Por qué estás tan triste? —preguntaron a Chiquitín.
—¡Ay! No lo sé —dijo Chiquitín suspirando.
Entonces los ratones trajeron botes y pinceles y pintaron el cuerpo de Chiquitín con muchos colorines.
—Los colores siempre son buenos para combatir la tristeza —opinaron.
Chiquitín observó su reflejo en el agua.
Pero tampoco sirvió de nada.
Chiquitín siguió por la orilla del río. Y vio un pájaro volando sobre el agua.
Chiquitín quiso probar si él también podría volar y subió a un árbol. Saltó del árbol y cayó al río.
Una tortuga le salvó de ahogarse.
—Ponte sobre mi caparazón —dijo—. Y ahora, cuéntame por qué has saltado al agua.
Entonces, Chiquitín contó a la tortuga todo lo que sabía de sí mismo, que era muy poco.
La tortuga era sabia y bondadosa. De modo que, nadando, llevó a Chiquitín hasta la orilla del río, donde había dos cerdos.
Don Cerdo y doña Cerda no tenían hijos. Por eso, se alegraron mucho cuando la tortuga les llevó al diminuto elefante.
Chiquitín se encontró enseguida agusto con los cerdos.
Eran cariñosísimos con él, y cariño era otra cosa que también le faltaba.
Además, eran redondos, ¡y tenían orejas caídas, y una especie de trompa!
No pasó mucho tiempo, antes de que Chiquitín llamara «papá» y «mamá» a los dos cerdos. Él quería quedarse con ellos para siempre.
A veces, por la noche, cuando el elefantito ya se había dormido, los dos cerdos hablaban de Chiquitín.
—Debemos decirle que no es hijo nuestro, sino que, en realidad, es un elefante, aunque le queremos como si fuera un cerdito —dijo don Cerdo.
—No —contestó doña Cerda después de pensarlo largo rato—. No, todavía no. Más tarde, quizá, mucho más tarde…
Aunque, en el fondo, eso no tenía tanta importancia, ¿verdad que no?
– Colorín colorado…
– …este cuento se ha acabado.
Chiquitín era un elefante chiquitín. Tan pequeñito era que un día se perdió entre las altas hierbas de la sabana y sus padres no consiguieron encontrarlo.
La historia de Chiquitín está llena de aventuras y desventuras, de buenos amigos y de grandes esperanzas, de anhelos y de búsquedas.
Erwin Moser ha dibujado la historia más bonita que se pueda contar.